sábado, 18 de mayo de 2013

HARRIET BEECHER-STOWE EN LAS CRÓNICAS MARTIANAS Y MI VISITA A SU HOGAR

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Por Jesús Méndez Jiminián

“La vida se ha de llevar con bravura y a la muerte se la ha de esperar con un beso”.
  José Martí (1853-1895)

        Dos extraordinarias mujeres de la literatura norteamericana, ambas novelistas del siglo XIX, ocupan lugares preferenciales en las crónicas escritas por José Martí en los Estados Unidos (1881-1892): Helen Hunt Jackson y Harriet Beecher-Stowe.
 La primera, escribió una dramática historia de los indios en el Norte, cuyas desdichas son magistralmente descritas en las páginas de la novela titulada Ramona, que fue traducida más tarde por Martí al español, y dada a conocer por él en la República Dominicana, durante su primera visita, en septiembre de 1892. La Jackson, nos comenta Martí, falleció “escribiendo una carta de gracias al Presidente Cleveland (1837-1908) por la determinación de éste a reconocer ser de hombre y derecho a justicia en la gente india.”

De la otra gran mujer norteamericana, Harriet Beecher-Stowe (1811-1896), dijo Martí, que “abrió en los Estados Unidos los corazones a piedad de los negros, y nadie ayudó a libertarlos más que ella…”

Beecher –Stowe es la célebre autora de la popular novela La Cabaña del Tío Tom (1852), que llegó a convertirse en una de las más leídas en toda Norteamérica. Su autora la publicó por entregas durante un año en el periódico abolicionista The National Era (La Era Nacional). El último capítulo salió el 1 de abril de 1852. Una semana antes, un editor de Boston, John P. Jewet, llevó la obra al formato de libro. En su primer año de circulación se vendieron,  en Estados Unidos, 350,000 ejemplares. Al año siguiente llegó al medio millón. En 1862, en plena Guerra de Secesión, la señora Stowe fue presentada a Abraham Lincoln. Las palabras que le dirigió el Presidente han sido repetidas una y otra vez cuando se habla de La Cabaña del Tío Tom: “De modo que usted es la mujercita que originó esta gran guerra”, le dijo. Me las repitió, además, el guía de los Monumentos Históricos al visitar su hogar en el otoño pasado.

Martí en una de sus crónicas, específicamente, la publicada en La Nación de Buenos Aires, Argentina, el 4  de diciembre de 1885, llegó a decir de la novelista Beecher-Stowe, que ella “no tuvo…miedo en describir…” con “revelaciones tremendas” la difícil vida de los esclavos en Norteamérica. Los Estados Unidos por aquellos años tenían unos 50 millones de almas; y a los indios y a los esclavos  no les era permitido entonces entrar a las ciudades, sentarse en un pupitre en las escuelas, y mucho menos expresar sus sentimientos. Martí decía al respecto: “Todo hombre esclavo es así; no es el indio sólo: por eso son tan crueles las revoluciones que vienen tras de las prolongadas tiranías (…) Un esclavo es muy triste de ver; pero aún es más triste un hijo de esclavo”.

En otra crónica martiana escrita el 3 de enero de 1887, en Nueva York, y publicada en la Nación el 25 de febrero del mismo año, aparecen ambas autoras norteamericanas. Martí, comenta el hecho de que por esos días, en una escuela de la cuidad norteamericana de Filadelfia, en Pensilvania, donde concurrían indios y blancos a las clases, los primeros habían obtenido por su aplicación, nueve de diez premios en un mes: “!Qué contenta estaría (Helen Hunt Jackson, n. de j.m.j.)… que hizo en pro de los indios con un libro de lo que la Beecher-Stowe hizo en pro de los negros con su Cabaña del Tío Tom, Helen Hunt Jackson, que escribió esa novela encantadora de la vida californiana, ¡Ramona!. (…)” anotó Martí.

El padre de Harriet, el pastor protestante Lyman Beecher, procedía de Inglaterra.
Martí lo recuerda en sus crónicas con estas palabras: “En los tiempos de Lyman los estudiantes se apellidaban con los nombres gloriosos de la Enciclopedia. Todos sabían de memoria La Edad de la Razón, de Tomás Paine; todos, como Paine, jugaban, se embriagaban, adoraban sus primos y sus remos (…) Lyman, que empezó en el seminario…, salió de él pastor elocuente. Componía sus sermones vagando por el campo.”

Y agrega Martí: “Ese padre vehemente tuvo Beecher, y una madre que a la sombra de los árboles gustaba de escribir a sus amigas cartas bellas, que aún huelen a flores-dice Martí-(…) Harriet, la que había de escribir La Cabaña del Tío Tom, quería que le hiciesen una mañeca; allá adentro, en la sala, discutían los postores, envueltos en el humo de sus pipas; ornaban las ventanas la penetrante madreselva (…) Durante el invierno, leía el pastor, rodeado de sus hijos, los patriarcas de la lengua: Milton, austero como San Juan; Shakespeare, que pensaba en guirnaldas de flores; la Biblia, fragante como una selva nueva. O bien, mientas los hijos ponían la leña en las pilas, les constaba el pastor cuentos de Cromwell”. (p.814, en el periódico El Partido Liberal, México, 2 de abril de 1887).

Del hermano de la Beecher -Stowe, Henry Ward Beecher que al igual que el padre, fue hombre de fe; luchador por la igualdad que el hombres en Norteamérica, y por tanto, defensor de los esclavos, nos dice Martí: “era el pastor, el sacristán, el apagaluces; su parroquia, (en Plymouth, Nueva York n. de j.m.j.) era de ganapanes; recibía, como su padre, trescientos pesos al año (…) Y aquel pastor elocuente … aquel defensor enérgico en el Estado…hablaba más de los derechos del hombre que de los dogmas de la Iglesia”.

Sin embargo, observa Martí en otra crónica, Henry Ward Beecher nunca llegó, a diferencia de su hermana Harriet, a ser maestro de la palabra escrita. Pero en él había mucha “fuerza para adorar la libertad” lo mismo que en Harriet. Era su oratoria en el púlpito, dice Martí, “batallante y esmaltada”, que “tuvo pronto por administradora a la nación. Y cuando Inglaterra-la tierra de sus antepasados, n. de j.m.j. – ayudaba a los Estados rebeldes, a los dueños de esclavos, él se fue al corazón de Inglaterra; la hizo reír, llorar, avergonzarse, celebrar en él la justicia de su pueblo”.


Los Beecher, según anota Martí, venían de “antepasados vigorosos; de una partera puritana, que sacó al mundo mucho hijo de peregrino cuando aún no se había podrido la madera de la Flor de Mayo (…) del pastor Lyman Beecher …, en quien culminó  la fuerza exaltada, nomádica y agresiva de aquella familia de puritanos menestrales”.

Henry, el hermano de Harriet, rescató a esclavos perseguidos, esclavos cimarrones, y los llevó a su iglesia; los llamó al pulpito y celebró con ellos su libertad; pero antes, le dio vida y fe como criaturas de Dios. Harriet, logró en su novela celebrada, La Cabaña del Tío Tom, poner al servicio de la campaña, la abolición de la esclavitud. “Todo lo creado por Dios”, nos dice Martí en una de sus crónicas, fue defendido por los Beecher “con amor y justicia”, ¡y mucha entrega!.

El problema de la esclavitud en Norteamérica había llegado en las décadas de los 40 y 50 del siglo XIX, a convertirse en tema obligado de la vida de ese país.  Abraham Lincoln antes de llegar a la Presidencia debatió en muchos escenarios la situación de los esclavos. Su carrera política la fundamentó en cómo solucionar este dramático problema; y durante su Administración (1861-1865), como es sabido, hizo realidad la emancipación de los esclavos. Perdió su vida tras un fanático esclavista del Sur dispararle a la cabeza aquella triste noche del 15 de abril de 1865, en el Teatro Ford, en Washington, D.C.

Las conmovedoras palabras de Lincoln a la pequeña de tamaño, pero extraordinaria mujer Harriet Beecher-Stowe, cuando la llevaron ante su presencia, en plena Guerra Civil, a la Casa Blanca, aún resuenan en la historia de la Patria norteamericana, hecha para defender a los humildes esclavos, y que la Beecher habiendo “nacido entre altos” plasmó magistralmente en las páginas de su obra, haciendo llorar a sus lectores.

Cuando visité, el digno y elegante hogar de Harriet Beecher-Stowe, en el otoño del 2012, y que está ubicado en Hortford, capital del estado de Connetticut, justo al lado de la del también célebre novelista norteamericano, Mark Twain, vinieron a mi mente estas palabras de Martí, escritas para recordar a su hermano Henry: “Grande ha sido, porque fustigó sin miedo a su pueblo cuando lo creyó malvado o cobarde; y, para extirpar de su país la esclavitud del hombre, hizo a su lengua himno…”

Nueva Jersey, USA.
9 de Abril de 2013.

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