Por Jesús Méndez Jiminián
“La vida se ha de llevar con bravura y a la
muerte se la ha de esperar con un beso”.
José
Martí (1853-1895)
Dos extraordinarias mujeres de la literatura norteamericana, ambas novelistas del siglo XIX, ocupan lugares preferenciales en las crónicas escritas por José Martí en los Estados Unidos (1881-1892): Helen Hunt Jackson y Harriet Beecher-Stowe.
La primera, escribió una dramática historia de los indios en el Norte, cuyas desdichas son magistralmente descritas en las páginas de la novela titulada Ramona, que fue traducida más tarde por Martí al español, y dada a conocer por él en la República Dominicana, durante su primera visita, en septiembre de 1892. La Jackson, nos comenta Martí, falleció “escribiendo una carta de gracias al Presidente Cleveland (1837-1908) por la determinación de éste a reconocer ser de hombre y derecho a justicia en la gente india.”
La primera, escribió una dramática historia de los indios en el Norte, cuyas desdichas son magistralmente descritas en las páginas de la novela titulada Ramona, que fue traducida más tarde por Martí al español, y dada a conocer por él en la República Dominicana, durante su primera visita, en septiembre de 1892. La Jackson, nos comenta Martí, falleció “escribiendo una carta de gracias al Presidente Cleveland (1837-1908) por la determinación de éste a reconocer ser de hombre y derecho a justicia en la gente india.”
De la otra gran mujer norteamericana, Harriet
Beecher-Stowe (1811-1896), dijo Martí, que “abrió
en los Estados Unidos los corazones a piedad de los negros, y nadie ayudó a
libertarlos más que ella…”
Beecher –Stowe es la célebre autora de la
popular novela La Cabaña del Tío Tom
(1852), que llegó a convertirse en una de las más leídas en toda Norteamérica.
Su autora la publicó por entregas durante un año en el periódico abolicionista
The National Era (La Era Nacional). El último capítulo salió el 1 de abril de
1852. Una semana antes, un editor de Boston, John P. Jewet, llevó la obra al
formato de libro. En su primer año de circulación se vendieron, en Estados Unidos, 350,000 ejemplares. Al año
siguiente llegó al medio millón. En 1862, en plena Guerra de Secesión, la
señora Stowe fue presentada a Abraham Lincoln. Las palabras que le dirigió el
Presidente han sido repetidas una y otra vez cuando se habla de La Cabaña del Tío Tom: “De modo que usted es la mujercita que
originó esta gran guerra”, le dijo. Me las repitió, además, el guía de los
Monumentos Históricos al visitar su hogar en el otoño pasado.
Martí en una de sus crónicas, específicamente,
la publicada en La Nación de Buenos Aires, Argentina, el 4 de diciembre de 1885, llegó a decir de la novelista
Beecher-Stowe, que ella “no tuvo…miedo en
describir…” con “revelaciones
tremendas” la difícil vida de los esclavos en Norteamérica. Los Estados
Unidos por aquellos años tenían unos 50 millones de almas; y a los indios y a
los esclavos no les era permitido
entonces entrar a las ciudades, sentarse en un pupitre en las escuelas, y mucho
menos expresar sus sentimientos. Martí decía al respecto: “Todo hombre esclavo es así; no es el indio sólo: por eso son tan
crueles las revoluciones que vienen tras de las prolongadas tiranías (…) Un
esclavo es muy triste de ver; pero aún es más triste un hijo de esclavo”.
En otra crónica martiana escrita el 3 de enero
de 1887, en Nueva York, y publicada en la Nación el 25 de febrero del mismo
año, aparecen ambas autoras norteamericanas. Martí, comenta el hecho de que por
esos días, en una escuela de la cuidad norteamericana de Filadelfia, en
Pensilvania, donde concurrían indios y blancos a las clases, los primeros
habían obtenido por su aplicación, nueve de diez premios en un mes: “!Qué contenta estaría (Helen Hunt Jackson,
n. de j.m.j.)… que hizo en pro de los indios con un libro de lo que la Beecher-Stowe
hizo en pro de los negros con su Cabaña del Tío Tom, Helen Hunt Jackson, que
escribió esa novela encantadora de la vida californiana, ¡Ramona!. (…)” anotó
Martí.
El padre de Harriet, el pastor protestante
Lyman Beecher, procedía de Inglaterra.
Martí lo recuerda en sus crónicas con
estas palabras: “En los tiempos de Lyman
los estudiantes se apellidaban con los nombres gloriosos de la Enciclopedia.
Todos sabían de memoria La Edad de la Razón, de Tomás Paine; todos, como Paine,
jugaban, se embriagaban, adoraban sus primos y sus remos (…) Lyman, que empezó
en el seminario…, salió de él pastor elocuente. Componía sus sermones vagando
por el campo.”
Y agrega Martí: “Ese padre vehemente tuvo Beecher, y una madre que a la sombra de los árboles
gustaba de escribir a sus amigas cartas bellas, que aún huelen a flores-dice
Martí-(…) Harriet, la que había de escribir La Cabaña del Tío Tom, quería que
le hiciesen una mañeca; allá adentro, en la sala, discutían los postores,
envueltos en el humo de sus pipas; ornaban las ventanas la penetrante
madreselva (…) Durante el invierno, leía el pastor, rodeado de sus hijos, los
patriarcas de la lengua: Milton, austero como San Juan; Shakespeare, que
pensaba en guirnaldas de flores; la Biblia, fragante como una selva nueva. O
bien, mientas los hijos ponían la leña en las pilas, les constaba el pastor
cuentos de Cromwell”. (p.814, en el periódico El Partido Liberal, México, 2
de abril de 1887).
Del hermano de la Beecher -Stowe, Henry Ward Beecher
que al igual que el padre, fue hombre de fe; luchador por la igualdad que el
hombres en Norteamérica, y por tanto, defensor de los esclavos, nos dice Martí:
“era el pastor, el sacristán, el
apagaluces; su parroquia, (en Plymouth, Nueva York n. de j.m.j.) era de
ganapanes; recibía, como su padre, trescientos pesos al año (…) Y aquel pastor
elocuente … aquel defensor enérgico en el Estado…hablaba más de los derechos
del hombre que de los dogmas de la Iglesia”.
Sin embargo, observa Martí en otra crónica, Henry
Ward Beecher nunca llegó, a diferencia de su hermana Harriet, a ser maestro de
la palabra escrita. Pero en él había mucha “fuerza
para adorar la libertad” lo mismo que en Harriet. Era su oratoria en el
púlpito, dice Martí, “batallante y
esmaltada”, que “tuvo pronto por
administradora a la nación. Y cuando Inglaterra-la tierra de sus antepasados,
n. de j.m.j. – ayudaba a los Estados rebeldes, a los dueños de esclavos, él se
fue al corazón de Inglaterra; la hizo reír, llorar, avergonzarse, celebrar en
él la justicia de su pueblo”.
Los Beecher, según anota Martí, venían de “antepasados vigorosos; de una partera
puritana, que sacó al mundo mucho hijo de peregrino cuando aún no se había
podrido la madera de la Flor de Mayo (…) del pastor Lyman Beecher …, en quien
culminó la fuerza exaltada, nomádica y
agresiva de aquella familia de puritanos menestrales”.
Henry, el hermano de Harriet, rescató a
esclavos perseguidos, esclavos cimarrones, y los llevó a su iglesia; los llamó
al pulpito y celebró con ellos su libertad; pero antes, le dio vida y fe como
criaturas de Dios. Harriet, logró en su novela celebrada, La Cabaña del Tío
Tom, poner al servicio de la campaña, la abolición de la esclavitud. “Todo lo creado por Dios”, nos dice Martí
en una de sus crónicas, fue defendido por los Beecher “con amor y justicia”, ¡y mucha entrega!.
El problema de la esclavitud en Norteamérica
había llegado en las décadas de los 40 y 50 del siglo XIX, a convertirse en
tema obligado de la vida de ese país.
Abraham Lincoln antes de llegar a la Presidencia debatió en muchos
escenarios la situación de los esclavos. Su carrera política la fundamentó en cómo
solucionar este dramático problema; y durante su Administración (1861-1865),
como es sabido, hizo realidad la emancipación de los esclavos. Perdió su vida
tras un fanático esclavista del Sur dispararle a la cabeza aquella triste noche
del 15 de abril de 1865, en el Teatro Ford, en Washington, D.C.
Las conmovedoras palabras de Lincoln a la
pequeña de tamaño, pero extraordinaria mujer Harriet Beecher-Stowe, cuando la llevaron
ante su presencia, en plena Guerra Civil, a la Casa Blanca, aún resuenan en la
historia de la Patria norteamericana, hecha para defender a los humildes
esclavos, y que la Beecher habiendo “nacido
entre altos” plasmó magistralmente en las páginas de su
obra, haciendo llorar a sus lectores.
Cuando visité, el digno y elegante hogar de Harriet
Beecher-Stowe, en el otoño del 2012, y que está ubicado en Hortford, capital
del estado de Connetticut, justo al lado de la del también célebre novelista
norteamericano, Mark Twain, vinieron a mi mente estas palabras de Martí,
escritas para recordar a su hermano Henry: “Grande
ha sido, porque fustigó sin miedo a su pueblo cuando lo creyó malvado o
cobarde; y, para extirpar de su país la esclavitud del hombre, hizo a su lengua
himno…”
Nueva Jersey, USA.
9 de Abril de 2013.
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